Sueño interrumpido
Giro la esquina de la
calle donde me crié, conduciendo mi espléndido coche en el que va mi recién
estrenada familia de tres miembros. Saludo de buen agrado a mis vecinos de
siempre, esos que me vieron pedalear cada tarde de mi niñez en el circuito en
que se convertían la acera, el alquitrán y las rampas de los garajes. Me
observan impresionados a la vez que sienten orgullo ajeno, pues al menos uno de
los niños de la calle ha prosperado.
Mis padres nos esperan en
la puerta de lo que siempre fue nuestro hogar. Una casa amplia, que a mis
padres les ha venido grande desde que los polluelos dejaron el nido. Ellos
empezaron de la nada, sin puertas, techos altos, muebles heredados y en lugar
de piso, una gruesa capa de cemento; al ritmo que sus apretados bolsillos se lo permitían, la fueron adecentando hasta que se quedó como un verdadero palacio a
los ojos de dos personas tan humildes. La última reforma se hizo cuando los
hijos demandaban su espacio correspondiente y el coche, un garaje. Actualmente,
no moran en la casa ni los unos ni el otro.
Mi madre ha envejecido con
elegancia y sus ojos siguen desprendiendo tanta ternura como antaño. Está
entusiasmada con nuestra visita. Seguro que nos ha preparado alguna de sus
especialidades culinarias para almorzar, con la que siempre deja a su yerno
chupándose los dedos; yo no soy nada desenvuelta en la cocina.
Mi padre sigue tan pícaro
como siempre, con sus bromas que pocos entienden y aguantan. A él la vida no le
he tratado tan bien como a su esposa, pues nunca se cuidó como le pedíamos
continuamente. También está encantado de vernos aunque no lo diga y sea más
duro de roer que un trozo de pan de hace diez días.
Hace poco que han vuelto
de una casa en los altos de la isla que les regalé en mi primer año de buenos
sueldos. Mi carrera y la posibilidad de labrarme el presente y el futuro son el
mejor legado que me han podido dejar mis progenitores. Un título que costó
mucho esfuerzo, dinero, tiempo y sacrificio, y que ahora y desde hace unos años
es lo que nos está dando un buen nivel de vida, y nos deja cierta libertad al
no depender solamente del salario de origen masculino.
Y es que, ciertamente,
siempre he deseado devolverle a mis padres todo lo que han hecho por mí,
proveerles de todo aquello que no pudieron permitirse por darme todo lo que
quería y necesitaba: comodidades, bienestar, viajes, descanso… en fin, calidad
de vida.
[…]
¡Bip, bip! ¡bip, bip!
Suena el despertador. Es lunes, 6.15 a.m. de una semana cualquiera, de un mes
cualquiera, de un año cualquiera entre 2008 y 2013. En todos estos años de
crisis este sueño ha sido tan reiterativo, recordándome cada noche que se
reproduce en mi subconsciente lo que no tengo y lo que no puedo ofrecer a los
que más quiero. Sin embargo, seguiré soñando hasta que al final de esta
preciosa historia no me despierte ese "matagentes", pues soñar aún es gratis y
por ahora no pueden aplicar un arancel a cada imagen que pasa por los
límites de nuestras mentes.
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