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Mostrando entradas de junio, 2012

Ofrenda

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Como cada 27 de junio desde hace varios años, cargan sus mochilas de energía, voluntad, fe, alegría y fuerza, se enfundan sus zapatos y comienzan el camino hacia el Tamadaba en compañía de amigos y familiares. Por el camino: bromas, risas, agotamiento y algún que otro descanso para recuperar el aliento. Después de pasar la noche a la intemperie y de casi no dormir, abordan la bajada de las montañas, para ella el peor tramo de toda la travesía, pero él, siempre paciente, la acompaña camino abajo con sus paradas correspondientes, hasta llegar al barullo, donde el gentío canta y baila al son de las bandas de música alzando las ramas que con mucho esmero confeccionaron durante la madrugada en el pinar. Se pasan el día bailando la rama, para por la tarde, antes de que suene el último volador, dejar frente a San Pedro la ofrenda que han cargado durante toda la jornada. Y aunque ella es foránea del lugar, hizo caso del consejo que le dieron los lugareños desde la primera vez que par

Contradicciones...

Cuando más necesitamos comprensión, acercamiento, un abrazo, más nos alejamos. Cuanta más gente tenemos a nuestro alrededor, a veces más solos nos sentimos. Cuando más pensamientos se agolpan en nuestra mente queriendo salir boca afuera, más cerramos los labios y encadenamos la lengua. Cuando más felices tendríamos que estar porque hemos alcanzado lo que anhelábamos, le encontramos algún defecto a nuestra dicha. Cuanto más tiempo libre tenemos, después de habernos quejado de su escasez, menos lo aprovechamos. Y en mi caso particular, cuando más cansada estoy, menos puedo dormir. Entonces, escribo.

Después de algún tiempo...

Después de mucho tiempo empiezas a ser consciente de algunas cosas. Te das cuenta de que no es oro todo lo que reluce y lo que no lo hace puede hacerlo si le pasas un trapito y lo limpias. Después de un tiempo conoces la diferencia entre lo imprescindible y lo urgente; todo lo importante no es urgente y a la inversa. Aciertas a ver lo distinto que es dormir con una persona y acostarse con ella. Después de muchos años de desasosiego empiezas a relativizar los acontecimientos, y sopesas los problemas, poniéndolos en una balanza con sus pros y sus contras. En vez de verlo todo negro o blanco ya el color se va tornando grisáceo. Después de un tiempo y de varios mazazos de la vida, sabes con exactitud cuán significativo es un abrazo de una madre o de un hermano, la sabia palabra de tu abuela, la escucha de un amigo o las palabras alentadoras de tu compañero vital. Descubres que el efecto boomerang sí que existe y se cumple con todas sus consecuencias. Sabes que dentro de un buen tiempo,

Dar y/o recibir

¿Vale la pena dar? ¿Dar para recibir o simplemente dar por dar? ¿Qué pasa cuando das y no recibes? En toda relación (de amistad, laboral, amorosa), en el fondo existe una suposición implícita que ambas partes conocen, aunque sea inconscientemente: la simbiosis que se forja entre ellas. Es más evidente en una relación de negocios pero en una personal también está presente. Si compartes tu vida con una persona es porque te aporta algo, de lo que careces por naturaleza y que te gusta tener, sentir, saber, compartir. No hay que confundir esto con un interés ruin sino que hay que entenderlo como la posibilidad de crear sinergias positivas entre personas, totalmente lícitas. Pero, ¿qué pasa si una de las partes deja de dar y sólo se dispone a recibir? ¿Cómo debe actuar la otra parte? Puede seguir facilitando sus conocimientos, sus sentimientos, sus ideas, su energía, su compañía, o simplemente copiar la postura de su contraparte. En el primer caso, el sentimiento de inferioridad pu

Cómo aprender a nadar

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En el verano del 91 Marina, de 5 años, se encontraba veraneando en el sur de una preciosa isla del Atlántico. Se pasó todo el verano disfrutando del sol, la piscina, la playa, los paseos, los zumos de frutas tropicales, nuevos amigos. Todos los días repetía el mismo procedimiento. Se despertaba junto a su prima Noelia, reservaban unas cuantas hamacas en la piscina para la familia, se tomaban el zumo mañanero que les preparaba su tía Celeste y una vez habían desayunado bien, se zambullían en la piscina para no salir hasta la hora del almuerzo. La niña se tiraba una y otra vez al agua, de mil y una maneras, pero eso sí, con la seguridad que le daba su flotador, ya que aún no sabía nadar. Y lo que tampoco sabía Marina era que ese verano iba a aprender una lección que le sería útil para el resto de su vida. Una tarde, prácticamente al final de la época estival, mientras las pequeñas seguían jugando en la piscina, uno de los familiares salió a la terraza muy disimuladamente para ob