Sueño interrumpido
Giro la esquina de la calle donde me crié, conduciendo mi espléndido coche en el que va mi recién estrenada familia de tres miembros. Saludo de buen agrado a mis vecinos de siempre, esos que me vieron pedalear cada tarde de mi niñez en el circuito en que se convertían la acera, el alquitrán y las rampas de los garajes. Me observan impresionados a la vez que sienten orgullo ajeno, pues al menos uno de los niños de la calle ha prosperado. Mis padres nos esperan en la puerta de lo que siempre fue nuestro hogar. Una casa amplia, que a mis padres les ha venido grande desde que los polluelos dejaron el nido. Ellos empezaron de la nada, sin puertas, techos altos, muebles heredados y en lugar de piso, una gruesa capa de cemento; al ritmo que sus apretados bolsillos se lo permitían, la fueron adecentando hasta que se quedó como un verdadero palacio a los ojos de dos personas tan humildes. La última reforma se hizo cuando los hijos demandaban su espacio correspondiente y el coche, un garaj...